sábado, 13 de abril de 2013

Tercera República sí, ¡pero socialista!

Hoy es 14 de abril. Para los republicanos españoles es una fecha especial, y lo demuestran inundando las calles con banderas tricolores y lanzando consignas anti-monárquicas por las redes sociales. Rememoramos el nacimiento de la Segunda República, que tuvo lugar el 14 de abril de 1931 tras unas elecciones municipales. 

Esta República consistió en la concesión de multiples mejoras sociales a los trabajadores, siempre dentro de ciertos márgenes. Los movimientos obreros tenían poder suficiente para exigir mejoras salariales y más igualdad de negociación entre el trabajador y el empresario. La idea era "seducir" a los trabajadores con subidas salariales y más prestaciones para que no tendiesen al revolucionarismo. Además, la modernidad llegó por fin a España y trajo consigo cierto feminismo, la explosión del arte, una mayor tolerancia social y la pérdida de poder de la Iglesia católica. En muchos aspectos este régimen era más adelantado que la España de hoy.

Pero también era un sistema represor contra los movimientos revolucionarios, como no podía ser de otro modo. Anarquistas y comunistas lo supieron muy bien. Las cárceles (y a veces los cementerios) se llenaron de revolucionarios que fueron más allá de la legalidad capitalista con sus levantamientos y sus huelgas subversivas. La peor parte se la llevaron los anarquistas, que vieron duramente castigados sus levantamientos espontáneos y sus atentados terroristas (levantamientos que por otro lado no llevaban a ninguna parte).

Hoy en día muchos progresistas españoles reivindican la Tercera República como instrumento para regenerar la democracia y lograr la conquista de derechos sociales. En plena crisis de régimen, la ven como un fin en sí mismo que solucionará gran parte de nuestros problemas. Y lo hacen siempre desde una perspectiva reformista (es decir, que pretende un capitalismo más humano). El economista de tendencia socialdemócrata Vicenç Navarro explica que
el cambio de Monarquía a República no sería un mero cambio de la persona que ocupa la jefatura del Estado, sino el inicio del deshilachado de tal entramado.
Tal entramado no es otra cosa que los recortes, la corrupción y el reducido gasto público que hay en nuestro país. Así que para los socialdemócratas Tercera República viene a ser sinónimo de humanizar el capitalismo español y hacerlo un poco más justo. Por supuesto en ningún momento se cuestiona el sistema capitalista.

Pero quienes creemos en un mundo más justo y democrático nos preguntamos: ¿para qué queremos una Tercera República capitalista? ¿Para que sigan mandando los monpolios y los bancos? No vamos a cambiar nada pintando una franja morada en la bandera ni sometiendo al jefe de Estado a elección. O la República significa la destrucción de este sistema y la implantación de una democracia socialista o no servirá de mucho a los trabajadores.

En su obra La lucha de clases en Francia, Karl Marx explicó que normalmente los obreros galos habían luchado de la mano de la burguesía, presentando sus intereses como los mismos de esta clase,

en vez de presentarlos como el interés revolucionario de la propia sociedad, que arriase la bandera roja ante la bandera tricolor
Quitar la bandera tricolor y poner la bandera roja. Quitar la bandera de la burguesía -progresista- y poner la de los trabajadores. Tal es la República por la que luchamos los revolucionarios españoles. Por supuesto que el color de la bandera es simbólico, poco debe importarnos que esta sea roja, tricolor, bicolor o verde. Lo que cuenta es la forma y el contenido del sistema.

Los comunistas decimos: Tercera República sí, ¡pero socialista! 

No queremos un capitalismo más humano. De hecho, no veo porqué la burguesía española (banqueros, grandes empresarios...) iba a apostar por una república en estos momentos. La situación es bien distinta a la de 1931. Hoy en día República es sinónimo de ruptura con el sistema capitalista.

Los revolucionarios, firmes partidarios de una democracia real, queremos una República que rompa con la dictadura de la burguesía y ponga en marcha la dictadura del proletariado (¿qué es la dictadura del proletariado?). Queremos una República de trabajadores, no un pacto social entre trabajadores y burgueses. Queremos democracia directa. Queremos un Parlamento que represente al ciudadano, no al banquero. Queremos derecho al trabajo, a la salud, a la vida, a la vivienda. Queremos una educación que eduque, no que forme a trabajadores sumisos y dogmáticos. Queremos libertad de prensa, no periódicos bajo sueldo del capital. En definitiva: no queremos reformar la sociedad, queremos una sociedad nueva.

Pero los reformistas, que tanto reivindican la Tercera República, no quieren esto. Ellos simplemente pretenden una mejora de la sociedad. Así habla Marx de ellos:
La pequeña burguesía democrática [clase reformista por excelencia] está muy lejos de desear la transformación de toda la sociedad; su finalidad tiende únicamente a producir los cambios en las condiciones sociales que puedan hacer su vida en la sociedad actual más confortable y provechosa. En cuanto a los trabajadores, ellos deberán continuar siendo asalariados, para los cuales, no obstante, el partido democrático [reformistas] procurará más altos salarios, mejores condiciones de trabajo y una existencia más segura. 

Y añade su mítica proclama:
Para nosotros no es cuestión de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva.
En conclusión: para nosotros la Tercera República no es un fin en si mismo, sino que debe ir acompañada del socialismo si queremos que algo cambie de verdad en este país. Lucharemos por una República de los trabajadores, no por pintarle una franja morada a la bandera y cambiar al jefe de Estado para que en el fondo todo siga igual.


viernes, 5 de abril de 2013

Reformistas y revolucionarios

Cuando un sistema (económico, social, político, educativo...) comienza a perder apoyos y legitimidad surgen dos tendencias: los reformistas y los revolucionarios. Los primeros creen que el sistema debe ser mejorado, los segundos creen que debe ser reemplazado por otro. 

En este artículo nos vamos a centrar en las posiciones de los reformistas y las de los revolucionarios con respecto al sistema capitalista. Incluiremos en la categoría de reformistas a aquellos que desean romper con el capitalismo mediante reformas institucionales. Nos referimos aquí al sistema en su totalidad, no únicamente a sus aspectos económicos.

Como ya sabemos, el capitalismo tiene como base la propiedad privada de los medios de producción (materias primas, fabricas, empresas, bancos...) y la división de la sociedad en dos clases: proletarios y burgueses. Los proletarios, en palabras de Engels, son "la clase social que consigue sus medios de subsistencia exclusivamente de la venta de su trabajo". Es decir, personas que se ven obligadas a trabajar porque no tienen otra forma de sobrevivir. La burguesía sería "casi los únicos poseedores de todos los medios de existencia, como igualmente de las materias primas y de los instrumentos (máquinas, fábricas, etc.) necesarios para la producción de los medios de existencia." Evidentemente estas definiciones son muy abstractas y simplificadas, y existen por supuesto más clases, pero nos bastarán para comprender el artículo.  

Aunque quien me haya leído o me conozca sabe que soy partidario de la revolución, voy a tratar de ser imparcial. Se trata de dejar que el lector se forme su propia opinión.


Reformistas 
Término utilizado por los revolucionarios como insulto, reformista viene a ser aquel que desea mejorar el sistema capitalista sin cuestionar en ningún momento sus bases. Así, el reformista quiere aumentar salarios, subir los impuestos a los más ricos, reducir la jornada laboral, instaurar una República (si vive en una monarquía), nacionalizar la banca, mejorar las condiciones laborales, combatir la corrupción, defender los servicios públicos de las privatizaciones. El filósofo revolucionario F.Engels les define así:

[Los reformistas] son partidarios de la sociedad actual, a los que los males necesariamente provocados por ésta inspiran temores en cuanto a la existencia de la misma. Ellos quieren, por consiguiente, conservar la sociedad actual, pero suprimir los males ligados a ella. A tal objeto, unos proponen medidas de simple beneficencia; otros, grandiosos planes de reformas que, so pretexto de reorganización de la sociedad, se plantean el mantenimiento de las bases de la sociedad actual y, con ello, la propia sociedad actual. Los comunistas deberán igualmente combatir con energía contra estos socialistas burgueses [sinónimo de reformistas], puesto que éstos trabajan para los enemigos de los comunistas y defienden la sociedad que los comunistas quieren destruir.
Parece que los comunistas -los revolucionarios- llevan enfrentados al reformismo desde hace siglos. El revolucionario ruso Vladimir 'Lenin' también nos da su opinión sobre ellos:
Los reformistas pretenden dividir y engañar con algunas dádivas a los obreros, pretenden apartarlos de su lucha de clase.  
O sea, que los reformistas tienen como intención simplemente lograr algunas mejoras y de esa forma, según los revolucionarios, lo único que consiguen es impedir la concienciación rupturista de los trabajadores. El mensaje que envían al proletariado sería algo así como: "olvida la lucha de clases, un capitalismo social y humano es posible".

Ante estos argumentos los reformistas tienen, por supuesto, algo que decir. Según ellos las revoluciones comunistas han fracasado históricamente y sería dogmatismo puro seguir tratando de llevarlas a cabo. Esto, dicen, se arregla con reformas y volviendo a aquella feliz época en que los trabajadores europeos conquistaban derechos mediante la lucha sindical y parlamentaria (años 50-60).

Un buen ejemplo de reformista en el Estado español es el catalán Vicenç Navarro. En un artículo en el que critíca la privatización de la sanidad, el catedrático explica que
lo que se necesita en España es una sanidad multiclasista universal y única que tenga los atributos de la privada y la calidad de la pública. Pero para conseguir tal objetivo se requiere un gasto público mucho mayor. La reducción del gasto público sanitario que está ocurriendo en España es un paso enormemente regresivo que deteriora toda la sanidad española. Así de claro.
Básicamente vemos aquí una idea que se repite en sus artículos: hay que aumentar el gasto público para proteger los servicios públicos. Es una medida totalmente propia de la socialdemocracia y de la izquierda reformista que un revolucionario rechazaría. 


Los reformistas desean un Estado más grande, que intervenga más y así pueda corregir la desigualdad social generada por el sistema capitalista. Se trata, en el fondo, de perpetuar este sistema pero haciéndolo más humano y paliando las injusticias que provoca. Más que contra el capitalismo, luchan contra el neoliberalismo, contra el "capitalismo salvaje". Veamos una cita del reputado economista Juan Torres López donde hace un evidente culto al reformismo:
Hay sectores sociales (...) que coinciden totalmente con las propuestas de regeneración y reconquista de los derechos que planteamos: que quieren que se pidan responsabilidades, que no se permita robar, que se combata la corrupción, que se garantice la financiación a la economía antes que los privilegios de la banca privada, que se facilite la creación de empresas y de empleo eliminando nuestra dependencia de las grandes multinacionales y grupos bancarios, que las instituciones se corresponsabilicen con el cuidado de los dependientes a través del gasto social o que se respete el medio natural por encima de todo.
Se trata de mejorar el sistema, jamás de destruirlo.


Otro ejemplo muy repetido es el de aquel reformista que considera que la llegada de la República a España sería un gran paso en la lucha por un mundo mejor. Así describe la llegada de una posible Tercera República el reformista medio:
Se abre la dicotomía de continuar con la Tercera Dictadura, de futuro más que incierto por los costes que está suponiendo a los ciudadanos, o abrir las puertas a la llegada de la Tercera República, dónde la lucha contra la corrupción y la desigualdad social, así como el establecimiento de una democracia real con control popular y el mantenimiento de los derechos sociales sean sus principales banderas. De ser así, esperamos que llegue pronto de forma tan pacífica y festiva como lo hizo la Segunda en 1931. (Tercera República o Tercera Dictadura)
Se trata pues de construir una sociedad en la que se luche por los más desfavorecidos y en la que los trabajadores tengan más poder. Algo parecido a la Segunda República (1931-1939) en la cual se llevaron a cabo importantes avances en materia cultural, educativa, laboral, política... sin cuestionar el sistema de producción capitalista (hasta 1936).

Tenemos otro tipo de reformistas, solo que estos están mucho más camuflados. De palabra se declaran revolucionarios, y dicen desear acabar con el capitalismo, pero en la práctica proponen reformismo o estrategias que no pueden llevar a una revolución. Lenin les llamaba despectivamente "los liquidadores". 
¿Qué vemos en definitiva? De palabra, los liquidadores rechazan el reformismo como tal, pero de hecho lo aplican en toda la línea. Por una parte nos aseguran que para ellos las reformas no son todo, ni mucho menos; mas, por otra, siempre que los marxistas van en la práctica más allá del reformismo, se ganan las invectivas o el menosprecio de los liquidadores.
Hablamos de personas que atacan al capitalismo y proponen como alternativa el socialismo, pero que en la práctica huyen de cualquier intento revolucionario como de la peste. Pretenden acabar con este sistema mediante reformas, poco a poco y desde arriba. No hablan de revoluciones, sino de elecciones.

Esto nos recuerda al famoso "fundador" del revisionismo: Eduard Bernstein (1850-1932). Él creía que había que revisar seriamente la teoría marxista y adaptarla al siglo XX. Una de sus propuestas fue cambiar la insurrección revolucionaria por la revolución desde los parlamentos y la lucha sindical. Es decir: se acabó la revolución violenta, a partir de ahora habrá que luchar utilizando la lucha electoral y las reformas logradas con huelgas y movilizaciones. Rápidamente, como cabía esperar, los revolucionarios le dedicaron una sarta de artículos, libros e insultos acusándole de liquidador.

En resúmen:
  • Los reformistas pretenden mejorar el capitalismo, hacerlo más humano. Luchan por volver a la época del bienestar, cuando los trabajadores europeos eran fuertes y podían lograr concesiones por parte de la burguesía. Piden medidas tales como la nacionalización de la banca, el aumento del salario mínimo, la lucha contra las desigualdades... siempre sin cuestionar las bases del sistema capitalista.
  • También existen personas que quieren acabar con el capitalismo mediante reformas parlamentarias y luchas sindicales. Son los llamados liquidadores.
Revolucionarios
La Real Academia Española define revolución como "cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación". Los revolucionarios suelen estar más o menos de acuerdo con esta definición, pero añaden que el cambio es radical (es decir, de raíz) y que lleva a la construcción del socialismo. O sea, que la definición nos quedaría así: una revolución es un cambio violento y radical en las instituciones políticas, económicas y sociales que lleva a la sustitución del capitalismo por el socialismo. El socialismo es la dictadura del proletariado. Otro prefieren la definición del revolucionario chino Mao: "Una revolución es un levantamiento violento por el cual una clase derroca a otra".


Aquí no se trata de reformar el capitalismo, de hacerlo más humano, sino de destruirlo para sustituirlo por un sistema socialista. Karl Marx, en su Mensaje a la Liga de los Comunistas (1850), explica brevemente la diferencia entre los comunistas (revolucionarios) y los reformistas: 
Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva.

El objetivo de los revolucionarios no es nacionalizar bancos y empresas, aumentar salarios ni subir los impuestos a los ricos para redistribuir mejor la riqueza. Hablan sin complejos de acabar con el sistema en su totalidad y crear un mundo nuevo bajo el gobierno de los trabajadores. En ningún momento aceptan que esta tarea pueda llevarse a cabo mediante reformas parlamentarias y luchas sindicales. Pero cuidado, esto no significa que no luchen por reformas favorables al proletariado:
A diferencia de los anarquistas -dice Lenin-, los marxistas admiten la lucha por las reformas, es decir, por mejoras de la situación de los trabajadores que no lesionan el poder, dejándolo como estaba, en manos de la clase dominante
Se trata de utilizar las reformas para ganarse a los trabajadores, lo que no indica que los revolucionarios vean en estas un fin en si mismo. Ellos creen en la filosofía marxista, una de cuyas bases es la ley de los cambios cuantitativos en cualitativos. Esta ley viene a decir que los cambios son primero cuantitativos (cambian de "cantidad") pero que llegados a cierto punto se vuelven cualitativos (cambian totalmente al objeto que estaba cambiando cuantitativamente). Traducido al tema que nos atañe, los revolucionarios creen que primero hay cambios cuantitativos (reformas, concienciación de los trabajadores, aumento del enfrentamiento entre clases, subida de partidos comunistas...) pero que llegados a cierto punto son cualitativos, y entonces llega la revolución. Pero, dicen, los reformistas se quedan en los cambios cuantitativos y jamás llegan al cambio cualitativo. O sea: se quedan en las reformas y no culminan la tarea.

Los reformistas tienden a acusar a los revolucionarios de "dogmáticos ortodoxos" que viven en el pasado y no comprenden cómo funciona el mundo del siglo XXI. Sienten repudio por su obsesión por la teoría revolucionaria, a la que ellos no dan tanta importancia. No creen que esta sea tan crucial, sino que es más importante moverse: ir a manifestaciones, a huelgas, presentarse a las elecciones, difundir artículos... Veamos qué dice el revolucionario ruso:
Sabemos que nuestras palabras provocarán un montón de acusaciones, que se nos echarán encima: gritarán que queremos convertir el partido socialista en una orden de "ortodoxos", que persiguen a los "herejes" por su apostasía del "dogma", por toda opinión independiente, etc. Conocemos todas estas frases cáusticas tan en boga. Pero ellas no contienen ni un grano de verdad, ni un ápice de sentido común.
y añade:
No puede haber un fuerte partido socialista sin una teoría revolucionaria que agrupe a todos los socialistas, de la que éstos extraigan todas sus convicciones y la apliquen en sus procedimientos de lucha y métodos de acción.
Para Lenin no es que los revolucionarios sean "puros" u "ortodoxos", sino que una revolución es algo tan importante que es necesario mantener una doctrina firmemente rupturista que escape de cualquier influencia reformista. Por supuesto, esto no significa que los revolucionarios no deban militar en partidos u organizaciones que tiendan al reformismo, ni que se encierren en un Partido formado por cuatro iluminados. Se trata en todo caso de no renunciar al marxismo, ni aplicarle enmiendas reformistas que frenen la revolución.

Otro tema polémico entre reformistas y revolucionarios es el uso de la violencia. Por supuesto aquí los revolucionarios son tajantes: acabar con el sistema supone utilizar las armas. La clase dominante, dicen, se resiste al cambio utilizando tanto sus medios ideológicos (para alentar a acabar con la revolución) como sus medios militares y policiales. Por tanto hay que armarse contra los reaccionarios. El mismo Lenin explica:
Una clase oprimida que no aspire a aprender el manejo de las armas, a tener armas, no puede ser considerada más que como una clase de esclavos. Nosotros, sino queremos convertirnos en pacifistas burgueses ó en oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad de clases, de la que no hay otra salida que la lucha de clases.

Pero esto no significa descartar la posibilidad de que la revolución pueda llegar a ser pacífica, o al menos no demasiado violenta. Dicho esto, me temo que esta posibilidad es ínfima.

Los reformistas, por su parte, acusan a los revolucionarios de querer generar caos y matanzas. Creen sinceramente que se puede acabar con el sistema, o reformarlo, sin necesidad de empuñar un arma. Les suele horrorizar la simple posibilidad de la violencia revolucionaria, pero evidentemente existen excepciones.


En definitiva, los revolucionarios quieren transformar la sociedad de raíz. No quieren una educación mejor, sino una educación totalmente nueva y basada en otros principios ideológicos y organizativos que la actual. No quieren mejorar la posición de la mujer en la sociedad, sino que esta sea igual al hombre en todos los aspectos. No quieren subir los impuestos a los más ricos, quieren que no haya ricos (ni pobres). No quieren reformar la ley electoral, quieren una democracia participativa y que esté al servicio de los trabajadores. 

Y así podríamos escribir cientos de páginas, pero la diferencia entre reformistas y revolucionarios se puede resumir en lo siguiente: los reformistas quieren reformar (léase mejorar) la sociedad actual y los revolucionarios quieren sustituirla por una totalmente nueva.

Resumiendo:
  • Los revolucionarios quieren destruir el sistema en su totalidad, lo que no significa que no luchen por ciertas reformas que impulsen la revolución.
  • Los revolucionarios no tienen inconvenientes en unirse en determinados casos a los reformistas. Tampoco rehuyen la posibilidad de utilizar la violencia durante la insurrección, que muchos perciben como inevitable.

lunes, 1 de abril de 2013

Las putas y los putos amos


Hay un debate que lleva reproduciéndose en mi -corta- vida desde que tengo unos doce años. Todo comenzó en aquella época en la que se empieza a ir a fiestas, a ver a las chicas más como posibles ligues que como un amor infantil y a investigar el terreno de lo sexual. Es curioso encontrar un debate polémico tan vivo en una sociedad que no se interesa demasiado por asuntos políticos profundos.

Se trata, por supuesto, de la mítica pregunta: 

"¿por qué cuando una tía se enrolla con muchos tíos es una puta pero cuando un tío se enrolla con muchas tías es el puto amo?"

Las putas
Las putas son siempre mujeres. No existen los "putos". Tampoco existen los "zorros". No se usa el apetito sexual del hombre como insulto, y quien lo haga no recibirá otra cosa que burlas y carcajadas.

No hablamos de las prostitutas, mujeres que, forzadas o no, deciden vender su cuerpo a cambio de un salario. Hablamos de lo que en el lenguaje común (léase dominante) de las sociedades patriarcales* designa a aquellas mujeres, jóvenes o no tan jóvenes, que cometen el pecado de tener y satisfacer su deseo sexual. También se suelen utilizar comparaciones con animales: zorra, perra, loba...

[*una sociedad patriarcal es aquella en la que los hombres tienen más poder (económico, simbólico, social, sexual...) que las mujeres y en la que estas están relegadas a la inferioridad en varios aspectos]

Si Marx dijo que las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de la clase dominante yo os digo que las ideas dominantes en una sociedad patriarcal son las ideas de los hombres. De los hombres machistas, evidentemente.

Las putas, decíamos, son ese tipo de chicas que van a una discoteca vestidas como les da la gana y que cometen la desfachatez de enrollarse con una decena de tíos. ¡Esto es intolerable! ¡No queremos mujeres poderosas que vayan por ahí marcando territorio! Y menos en un espacio público. Dice la feminista francesa Valerie Despentes, autora del imprescindible libro La teoría King Kong: 
el poder y el dinero resultan desvalorizantes para la mujer que los posee
Y tanto. A los hombres no nos gustan las mujeres que se pasean por el mundo con la cabeza alta y haciendo lo que les viene en gana. Nos gustan sumisas y calladas. Otra cosa es lo interesante que nos pueda parecer una chica poderosa con la que poder precisamente demostrar nuestras capacidades. "Eh, ¿ves a esa chica poderosa y segura de si misma de ahí? Apuesto a que puedo seducirla". Se trata en todo caso de un reto que exalte nuestra virilidad.

Pero para una relación seria, para algo estable, preferimos chicas que sepan que su rol es ser dominadas. Esto no quiere decir que acepten necesariamente hacer las tareas domésticas o traer menos dinero a casa. La dominación masculina es en general mucho más sutil. Sin embargo todos conocemos a hombres que aseguran buscar una chica fuerte, autónoma y feminista. Habría que ver qué entienden por esos adjetivos. Habría que ver si aceptan realmente la igualdad de sexos con todo lo que conlleva.

Bueno, volvamos a las putas. Estas mujeres no solo disfrutan llevándose a la cama a decenas de hombres (encima son ellas las que les llevan a ellos, y no viceversa), sino que a menudo son las mismas que reconocen sin tapujos que se masturban y que cuando salen buscan liarse con tíos para luego pasar de ellos. El porno es algo de hombres. Es algo de lo que la cultura masculina se ha apropiado. Una mujer que ve porno raramente nos resulta políticamente correcta. No es moral ni respetable que una mujer se masturbe porque ella debe recibir el placer del hombre, no de Internet. Está ahí para ser complacida por un macho. Es una forma de demostrar nuestra virilidad, los orgasmos son logros nuestros. La mujer que se masturba se está saltando las reglas de la sociedad patriarcal, y eso no está bien. ¡Putas!

Estas mujeres reciben a la vez odio y admiración por parte de los hombres. Odio porque consideran una falta de respeto que una mujer pueda asumir el rol sexual activo y disfrutar tranquilamente de su sexualidad. Admiración porque ven en ellas una suerte de super-mujeres distintas y superiores al resto. En todo caso esta admiración es más sexual que otra cosa, y jamás se traduce como prestigio social. Más bien al contrario.

Las mujeres, nos dice la sociedad patriarcal, deben ser sumisas, calladas y deben quedarse en su rincón. ¿Qué es eso de ocupar el espacio público de forma arrogante? Estate en tu sitio que ya iré yo a seducirte. Porque el rol activo me pertenece a mí, tu tienes que dejarte hacer. Y hay alguno que si no te dejas hacer va a recurrir a otros métodos.

En todo caso estas putas son de todo menos femeninas. Pierden su feminidad y a la vez se ganan el desprecio de las chicas que sí son femeninas. Hablamos por supuesto de esas hordas de chicas que desprecian a las putas y las odian hasta extremos insospechados. Rabian tanto como los tíos. 
ya conocemos el síndrome del rehén que se identifica con su carcelero -dice Despentes-. Así es como acabamos vigilándonos las unas a las otras, juzgándonos a través de los ojos de los hombres
Y por si se os ha olvidado cómo ser femeninas en una sociedad patriarcal, la misma autora que ya hemos citado os lo explica:
En general ser femenina se trata simplemente de acostumbrarse a comportarse como alguien inferior. No hablar demasiado alto. No expresarse en un tono demasiado categórico. No sentarse con las piernas abiertas. No expresarse en un tono demasiado autoritario. No querer el poder. No querer un puesto de autoridad. No reírse demasiado fuerte. No ser demasiado graciosa.
Las putas incumplen gran parte de estas normas sociales. No asumen el rol femenino, y eso nos aterra. Nos produce escalofríos una mujer libre y que no se deje dominar. Por mujer libre entendemos a una mujer realmente libre, no a una que se haga la difícil y la dura ante un hombre para después volver al lugar que le pertenece (no, las típicas heroínas de las películas no son iconos feministas). Nos da pánico no tener la iniciativa. Los que deberíamos ir por ahí enrollándonos con muchas tías somos nosotros, que somos protagonistas activos, no ellas, que deben dejarse hacer de forma pasiva.

Tal es la ideología machista que en estos momentos ha interiorizado la inmensa mayoría de la población, algo que cualquier lector más o menos coherente considerará horrible. Vayamos ahora con los putos amos.

Los putos amos
Aquí es distinto porque hablamos de hombres. Los hombres gozan -gozamos- de gran superioridad social con respecto a las mujeres por mucho que nos digan que el machismo es cosa del pasado.

Antes de nada definamos qué significa ser un puto amo. Para que el lector latinoamericano nos comprenda, ser el puto amo en España es sinónimo de ser alguien con seguridad en si mismo, que logra lo que se propone y que despierta admiración en otros hombres (y mujeres). Simplificando mucho, ser el puto amo equivale a ser alguien con prestigio social. Desconozco si la expresión se utiliza en toda España, pero por lo menos en Madrid es bastante corriente. 

¿Por qué cuando un tío tiene una gran actividad sexual se le alaba? ¿Por qué no se le acusa de ser un "puto"?

Porque precisamente el rol de los hombres es ser protagonistas y seducir a muchas mujeres. Ser poderosos y activos en el arte de la seducción. Así es como demuestran su virilidad. No son como las mujeres, que deberían ser tímidas y sumisas. No. Los hombres tienen que ir a por todas, con todo y sin cortarse un pelo. Un hombre que seduce vale, una mujer que seduce... es una puta. Y ya está.

Con un patriarcado -relativamente- debilitado por los movimientos feministas y la necesidad del capitalismo de emplear mujeres (cuestan menos) los hombres encuentran en la promiscuidad y el ligue un espacio fundamental para demostrar sus capacidades. Si no nos dejan ser machos en casa, si no nos dejan ser quienes traemos el dinero al hogar, en algún lugar tendremos que expresar nuestro dominio. Pocas veces he visto a una chica salir de una discoteca enojada por no haber ligado, cosa que sí he percibido (y mucho) en los hombres. Si no ligas no eres un hombre, dado que no demuestras tu capacidad de atraer a las mujeres. 

Las mujeres, recordemos, nunca seducen sino que son seducidas. Si una mujer seduce es que algo está tramando. Eso o que es una puta.

Es que en las sociedades patriarcales el hombre es fuerte y capaz, no pasivo y debil. Dice Fidel Castro, tras acabar la revolución cubana:
Que sepan los imperialistas que no se van a enfrentar con señoritos... ¡se van a enfrentar a hombres!
Que tengan cuidado los imperialistas, que se enfrentan a hombres de verdad, no a mujeres o a señoritos ricos y afeminados. Digo esto obviando que en comparación con los sistemas capitalistas los sistemas socialistas han sido y son más igualitarios. De eso no duda nadie, pero tampoco duda nadie de que en estos regímenes el machismo pervivió.

Es necesario apuntar que son especialmente los hombres menos seguros de sí mismos los que más se fijan en lo que hacen o dejan de hacer las tías. Los hombres conscientes de su inferioridad, de su falta de virilidad, son los primeros en acusar a las mujeres de ser zorras, guarras o putas. Ocurre que cuando un varón no se siente "hombre" exige a las mujeres que sean hipersumisas. Así él podrá sentirse más cómodo.

En fin, ¿qué problema puede haber en que un hombre se enrolle con muchas? ¿No es acaso la forma que tiene de marcar su territorio y demostrar sus habilidades? ¿No es ese su rol? Según Virginie Despentes,
Todas las cosas divertidas son cosas de hombres, todo lo que te hace ganar terreno es viril. 
¡Qué razón tiene! 

Sujeto activo, protagonista y dominador: eso es un hombre en las sociedades machistas. Los machos se construyen en oposición a los valores femeninos, son "no-mujeres". Ellos son fuertes, las mujeres débiles. Ellos pueden y deben ligar con muchas, las mujeres deben ser señoritas amables y discretas. Ellos ocupan el espacio público con descaro, las mujeres lo hacen con discreción. Ellos se ocupan de las tareas nobles, ellas de las tareas que nadie reconoce.

Vamos, que ellos pueden ligarse a mil chicas en una noche y ser los putos amos. Pero si a una chica se le ocurre hacerlo es una puta. Y así es el patriarcado, querido lector.

Virginie Despentes, esta mujer que "se comporta como un hombre", cuenta que cuando fue al psiquiatara para que la tratara, este le sugirió que fuese "más femenina".
¿Se trataba de ser menos imponente, de dar más seguridad, de ser más accesible?
A los hombres que nos indignamos con el machismo musulmán nos deja otro recadito:
Pero eso [tratar mal a las mujeres] es exactamente lo que vosotros hacéis. Contáis cómo os aprovecháis de vuestro estatuto de dominantes para abusar de chavalitas que elegís entre las más débiles, contáis cómo las engañáis, las jodéis, las humilláis... todo para que os admiren vuestros colegas. (...) Triunfo de cobardes. Y es que hace falta reconfortar a los hombres. De eso se trata.

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